Las Bienaventuranzas empiezan en casa

 Christian C. Freeman

Me conmueve el Sermón de la Montaña. ¿Cómo inyectar esas bienaventuranzas en mi matrimonio, en mi familia, en el lugar que vivo?. Tal vez esta noche, cuando la casa esté en silencio, pueda sentarme con mi mujer. Te quiero querer pero sé que no lo hago bien. Todavía mi Yo me importa demasiado. Perdóname, le diré.

Tenme misericordia, no soy mejor que tú. Se acabó el reprocharte en vez de ayudarte. No quiero tu recelo. Ni vencerte. Necesito tu confianza. Vayamos juntos de nuevo, le propondré.

Déjame acompañarte y consolarte. Dime en qué te defraudo. Dímelo tierno, sin malicias ni violencia. Dímelo con esperanza, que te lo repararé. No quiero que llores en seco y a solas.

Ocurra lo que ocurra, en lo grave y en lo corriente, vivamos en paz. Seamos cómplices para que no nos divida el peso del día. Lo que nos enfrenta, veámoslo juntos y a solas. Acéptame el pacto de no discutir nunca delante de nuestros hijos. Nuestras rencillas les destruyen. Nuestra unión les da paz, alegría y compañía. Seamos justos con ellos y entre nosotros, porque nos debemos amor bueno. ¿Sabes…? Nuestra familia es nuestra bienaventuranza.

(Confrontar el evangelio de S. Mateo, cap. 5, 1-12)